Una dieta saludable en la adolescencia es esencial para un adecuado desarrollo físico y mental. ¿Pero qué y cómo deben comer los adolescentes? La fórmula es aparentemente sencilla: equilibrio, variedad, calorías suficientes y, muy importante, no prohibir ningún alimento porque las imposiciones y coerciones son contraproducentes. En esta edad crítica, las emociones y los afectos, pueden influir negativamente e interferir en una buena educación dietética.
Muy a menudo comemos en función de cómo nos sentimos. Al mismo tiempo, nuestro estado de ánimo depende de los alimentos que hemos ingerido. Esta relación recíproca resulta especialmente cierta durante la adolescencia, la etapa de la vida de mayor crecimiento junto con la primera infancia. Las alteraciones y las deficiencias en la alimentación pueden acabar teniendo una gran trascendencia. No sólo en cuanto al desarrollo y la talla, sino también en la aparición de serios trastornos alimentarios como la anorexia o la bulimia.
En esta etapa de la vida, el rechazo total o la entrega frenética a la comida pueden convertirse en una forma de paliar la sensación de vacío existencial y las frustraciones. Al mismo tiempo, la adolescencia es un periodo de crecimiento a ritmo acelerado, durante el cual el niño se transforma finalmente en adulto. Los cambios experimentados no sólo afectan al aspecto físico (aumento de la masa muscular, masa ósea, grasa, desarrollo sexual), sino también a todo el complejo psíquico (coordinación motriz, adaptación cognitiva, desarrollo intelectual, emocional y cultural).
Una de las situaciones más estresantes es el deseo constante de adelgazar, o no engordar, para seguir unos cánones de belleza corporal nada saludables. La autoimposición de un severo régimen alimenticio puede convertirse en la antesala de muchos trastornos alimentarios. Estas alteraciones ocurren en un momento de la vida en que los requerimientos nutriciales son mayores que en la edad adulta.
Además de equilibrada, la dieta del adolescente tiene que ser variada y más energética. Según las directrices de la Organización Mundial de la Salud (OMS), la dieta diaria de un adolescente, que puede variar según lleve una vida más o menos activa, debe ser superior a las 3,500 calorías diarias.
Una dieta equilibrada en la adolescencia debe contener las mismas proporciones de nutrientes que en cualquier otra etapa de la vida: un 60% de carbohidratos, un 25% de grasas, un 14% de proteínas y un 1% de vitaminas y minerales. Además de equilibrada, la alimentación del adolescente debe ser rica y variada, sin alimentos prohibidos, ni siquiera los que no tienen buena fama, como las hamburguesas, las carnes rojas o los dulces, ya que la clave está en el consumo moderado.
Educar para comer bien
La educación nutricional también debe tener en cuenta la efervescencia y la rebeldía que caracterizan esta etapa de la vida. La dieta no tiene por qué ser aburrida y difícil de llevar.
Las más recientes tendencias en nutrición huyen de lo impositivo y coercitivo. Varios estudios han demostrando que cuanto más rígidos somos al marcar las normas dietéticas, menos conseguimos los efectos deseados. Y esto se observa fehacientemente en los regímenes de adelgazamiento. A esta edad son sumamente peligrosos si no están debidamente dirigidos por un especialista. Los desequilibrios nutricionales no sólo pueden producir alteraciones en todos los factores de riesgo cardiovascular, como elevación del colesterol y, muy especialmente, aparición de obesidad y diabetes, sino que además pueden repercutir negativamente en el estado de ánimo y en la aparición de trastornos alimentarios.
Preocupación por el cuerpo y trastorno alimentario
La adolescencia es una etapa especialmente vulnerable ante todas las formas de presión y modas sociales y, sin duda, una de las predominantes es el culto al cuerpo y la identificación de la delgadez con el éxito en las relaciones interpersonales. Así, la preocupación por el peso y la figura se exageran en este periodo y más aún en las feminas.
Se trata de una combinacion preocupante para los dos trastornos alimentarios más frecuentes: la anorexia (negarse a comer) y la bulimia (necesidad desmesurada de comer). La comida se convierte así en un alimento emocional. La actitud de rechazo total o de entrega frenética a ese alimento emocional pretende llenar o paliar vacíos existenciales, carencias afectivas, frustraciones de todo tipo y desengaños amorosos.
Estos trastornos alimentarios pueden afectar al equilibrio hormonal. En las chicas puede provocar una amenorrea (desaparición de la menstruación) y en los chicos la inhibición del deseo sexual.
También se producen alteraciones complejas en algunos mecanismos neuroquímicos. Se alteran los niveles de serotonina, un importante neurotransmisor que regula el estado de ánimo, la ansiedad y los procesos de compensación y de saciedad.
martes, 18 de agosto de 2009
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